El ritmo del éxito
Center Stage (2000)
Banda sonora
Es una película que baila al ritmo de su música. Piensa en movimiento. En zapatillas de punta. Y en una sucesión de música clásica, canciones pegadizas, enérgicas, conmovedoras, que marcan el pulso de cada giro, caída o salto. Aunque la ficha técnica señala a George Fenton como compositor del score, lo cierto es que su aportación, si bien profesional y funcional, queda relegada a un segundo plano. Aquí, el alma de la película está en la música que se baila, no en la que subraya la acción.
Más que una composición lineal, ‘El ritmo del éxito’ presenta una selección musical heterogénea, casi como una playlist diseñada con mimo. ¿El objetivo? Capturar la intensidad de la danza clásica y la energía juvenil de quienes la desafían.
Por un lado, encontramos piezas icónicas del repertorio clásico, como ‘El Lago de los cisnes’ de Chaikovski, que aportan solemnidad y tradición. Por otro, una potente presencia de canciones pop y rock, que imprimen frescura y una actitud rebelde. Artistas como Jamiroquai, Elvis Crespo, Mandy Moore o Michael Jackson protagonizan momentos clave de la película, en un maridaje perfecto entre música popular y movimiento escénico.
Este enfoque refleja un conflicto temático esencial del film: la tensión entre la disciplina académica del ballet y el deseo de autenticidad de una nueva generación de bailarines. Y la música es la voz de esa revolución.
Aunque George Fenton, pone su firma a ciertas partes del score, su intervención es mínima. Sus breves pasajes instrumentales —principalmente cuerdas y piano— sirven para conectar escenas o subrayar momentos íntimos. Se perciben con una elegancia sobria, sin estridencias, y dejan claro que la música incidental aquí no está llamada a brillar.
En cambio, los arreglos más potentes provienen de las canciones preexistentes, cuidadosamente seleccionadas y editadas para integrarse con las coreografías. Temas que contrastan con las armonías sinfónicas del ballet tradicional.
La música y la danza en esta película es la estructura narrativa. Cada coreografía está concebida como un microcuento, y las canciones elegidas no solo acompañan los pasos, sino que los moldean. La sincronización entre imagen y sonido es impecable, especialmente en los números de danza contemporánea, donde el montaje se adapta al ritmo musical casi como en un videoclip.
La banda sonora bebe de dos fuentes. Por un lado, la gran tradición del ballet clásico europeo, con sus partituras centenarias. Por otro, la cultura pop de finales del siglo XX: los éxitos de radio, los videoclips, la música urbana y juvenil. La fusión de ambos mundos no solo representa el conflicto interno de los personajes, sino también una tendencia creciente en las artes escénicas: el mestizaje, la búsqueda de identidad en medio del legado.
La película —y su música— anticipa esa apertura del ballet a nuevas formas de expresión, en las que no hay fronteras entre una pirueta y un paso de hip hop. La escena que salta del clasicismo a la energía pop condensa en pocos minutos el conflicto central de la película: la tensión entre la tradición y la innovación, entre lo que se espera de los bailarines y lo que ellos realmente desean expresar. Durante la secuencia de la presentación coreográfica final, todo comienza con una ejecución impecable sobre una base musical clásica. La estética, los movimientos, la iluminación: todo remite al mundo del ballet tradicional. Es el ballet “correcto”, el de los académicos.
Pero de repente… ruido de moto. Aparece Cooper Nielson (Ethan Stiefel) sobre el escenario montado en su motocicleta, interrumpiendo la narrativa “seria” del número. Es un momento tan rompedor como teatral. Y con su entrada, irrumpe también ‘The Way You Make Me Feel’, el icónico tema de Michael Jackson, en una versión modernizada que revitaliza la escena.
La coreografía cambia al instante. El cuerpo se relaja, el movimiento se vuelve más sensual, más libre, más instintivo. Es como si los personajes se sacudieran el corsé invisible que llevaban puesto. La danza se transforma, y la música se convierte en la declaración de independencia artística de los protagonistas.
Salto a la fama
Center Stage: Turn It Up (2008)
Banda sonora
Kate Parker sueña con convertirse en una bailarina profesional. Sin formación académica formal, solo cuenta con su pasión, talento natural y una voluntad férrea. Decide presentarse a la prestigiosa American Ballet Academy en Nueva York, pero su audición no resulta como esperaba. El rechazo no la detiene. Kate se queda en la ciudad y lucha por abrirse camino en el exigente mundo de la danza, mientras trabaja como camarera y ensaya en solitario siempre que puede.
En su travesía, conoce a Tommy, un joven bailarín que también está tratando de encontrar su voz artística. Juntos descubren que el talento no siempre sigue los caminos convencionales. La danza urbana, la fusión de estilos y la autenticidad personal se convierten en sus aliados.
Center Stage: Turn It Up es una historia de segundas oportunidades, de cómo las reglas pueden romperse cuando el corazón late al compás de la pasión. Una película que, a través de la danza, habla de la lucha por la identidad, la superación personal y el poder de creer en uno mismo… incluso cuando todos los demás te dicen que no estás hecha para ello.
Ocho años después del éxito de ‘El ritmo del éxito’ (2000), llega su secuela directa para televisión: ‘Salto a la fama’. Aunque mantiene el mundo del ballet como telón de fondo, esta segunda entrega apunta con fuerza hacia un público más joven, más urbano y más conectado con la cultura musical del nuevo milenio. La película sigue siendo, en esencia, una historia de superación a través de la danza. Pero su tratamiento musical da un giro significativo: si en la original convivían la música clásica y el pop en tensión, aquí es la música comercial contemporánea, la que domina la pista.
La banda sonora, hace vibrar los altavoces y guía cada coreografía, es un collage de temas pop, R&B y hip-hop que marcan el pulso narrativo de principio a fin. A diferencia de su predecesora, esta banda sonora deja atrás los grandes clásicos del ballet para abrazar un sonido decididamente contemporáneo. La música es aquí un reflejo de la protagonista, Kate Parker, una joven autodidacta y de origen humilde que lucha por entrar en el elitista mundo de la danza profesional. Su estilo es más callejero, más eléctrico, más visceral. Y eso se nota.
El repertorio incluye canciones de artistas y grupos emergentes de la época, con predominio de ritmos urbanos, bases electrónicas, sintetizadores, beats bailables y voces femeninas empoderadas.
Laura Karpman, reconocida por su versatilidad en cine, televisión y videojuegos, firma la música incidental de la película. Pero su rol es discreto. Su partitura aparece como un apoyo narrativo puntual: breves pasajes melódicos, casi etéreos, con instrumentos de cuerda sintetizados, algo de piano emocional y texturas atmosféricas que sirven como pegamento entre escenas o en momentos introspectivos.
La música de Karpman aporta coherencia tonal, pero no protagonismo. Ella entiende que ‘Salto a la fama’ no es un film donde el score deba brillar, sino facilitar el flujo entre una canción y otra, como si se tratara de un DJ invisible entre coreografías.















