Ella Fitzgerald
Estados Unidos (1917 - 1996)
Si el jazz pudiera tener un rostro y una voz eternos, esos serían los de Ella Fitzgerald. La llamaron ‘The First Lady of Song’, y no era un título vacío: su timbre cristalino, su swing natural y su dominio absoluto del scat (el scat es una técnica de improvisación vocal utilizada principalmente en el jazz, donde el cantante emplea sílabas sin sentido gramatical para crear melodías y ritmos, imitando a menudo el sonido de un instrumento) la convirtieron en una de las intérpretes más respetadas del siglo XX.
Pero más allá de los escenarios de jazz y de los clubs nocturnos, Ella también dejó una huella en el cine. Su voz no solo iluminó discos legendarios, sino que se infiltró en bandas sonoras que aportaron humanidad, elegancia y emoción a la pantalla grande. Cuando su voz aparecía en una película, transformaba una escena corriente en un momento inolvidable.
Tras la separación de sus padres, se mudó con su madre a Nueva York. La infancia no fue fácil: pobreza, trabajos ocasionales y la pérdida temprana de su madre marcaron sus primeros años. Sin embargo, su pasión por la música floreció en ese ambiente adverso.
En la adolescencia, se sintió atraída por el jazz que sonaba en la radio y por voces como la de Louis Armstrong. Ella poseía un don natural para el ritmo, la improvisación y la afinación perfecta. En 1934, con apenas 17 años, dio un giro radical a su vida cuando participó en un concurso de talentos en el Apollo Theater de Harlem. Su idea original era bailar, pero el nerviosismo la llevó a cantar. El público quedó electrizado. Ese día nació una leyenda.
Aunque sus primeras grabaciones fueron con la orquesta de Chick Webb, donde alcanzó fama con A-Tisket, A-Tasket (1938), Hollywood pronto se interesó por su carisma. Su debut en la gran pantalla fue en “Ride ’Em Cowboy” (1942), una comedia musical de Abbott y Costello, donde interpretó canciones con la orquesta de Webb. Aquello no fue un papel protagonista, pero sí la puerta de entrada al cine.
A lo largo de los años cuarenta y cincuenta, Fitzgerald apareció ocasionalmente en películas musicales, aunque su gran aportación al séptimo arte no fue tanto como actriz, sino como intérprete cuya voz se integraba en bandas sonoras. La industria del cine descubrió que colocar la voz de Ella en una escena equivalía a vestir de terciopelo sonoro cualquier imagen.
La lista de películas en las que su voz brilla es larga, pero algunas resultan especialmente memorables. En “Pete Kelly’s Blues” (1955), Fitzgerald encarnó a una cantante de jazz llamada Maggie Jackson, interpretando temas con un dramatismo que expandía su registro más allá del club nocturno.
Algunas de sus apariciones más destacadas fueron:
- ‘Ride ‘Em Cowboy’ (1942). Su debut en el cine, donde interpretó el papel de una sirvienta llamada Ruby y cantó su famoso éxito «A-Tisket, A-Tasket».
- ‘Pete Kelly’s Blues’ (1955). Considerado por muchos críticos como su mejor papel, aunque limitado. Interpretó a la cantante Rose Lee y cantó la canción principal, además de «Hard-Hearted Hannah».
- ‘St. Louis Blues’ (1958). Una película biográfica sobre W. C. Handy. Ella Fitzgerald se interpretó a sí misma (como una cantante de salón) cantando «Beale Street Blues».
- ‘Let No Man Write My Epitaph’ (1960). Interpretó el papel de la cantante Flora.
Además de aparecer en estas películas, muchas de sus grabaciones se han utilizado en las bandas sonoras de innumerables películas y series de televisión.
Décadas más tarde, su voz se convirtió en un recurso recurrente para directores que buscaban autenticidad jazzística o una carga emocional única. Por ejemplo, “The Terminal” (2004) de Steven Spielberg recupera su interpretación de Midnight Sun, demostrando que, incluso después de su muerte, su timbre seguía marcando el pulso de escenas cinematográficas. También películas como “Let’s Do It Again” (1953), “St. Louis Blues” (1958) y producciones modernas como “My Week with Marilyn” (2011) han utilizado grabaciones suyas, lo que refuerza su condición de voz inmortal del cine.
Lo que hace especiales estas apariciones es que, a diferencia de una banda sonora sinfónica, la voz de Ella introduce una presencia humana inmediata, una calidez que conecta con el espectador sin mediaciones.
Hablar de Ella Fitzgerald es hablar de versatilidad. Su estilo era eminentemente melódico y rítmico, marcado por la pureza de su voz y por un virtuosismo que nunca resultaba frío. Su dominio del scat singing —esa improvisación vocal que convierte la voz en instrumento de viento— la situó en una liga aparte.
En el cine, este estilo le permitió adaptarse a distintos registros: podía sonar juguetona y ligera en una comedia, sofisticada en un drama o romántica en una escena íntima. Su capacidad para “contar historias cantando” hacía que cada interpretación fuese cinematográfica en sí misma, como si su voz encuadrara la escena.
Premios y reconocimientos
Ella Fitzgerald acumuló una impresionante lista de reconocimientos en el mundo de la música. Ganó 14 premios Grammy, incluido uno a la trayectoria en 1967, y vendió más de 40 millones de discos. En 1987 recibió la Medalla Nacional de las Artes en Estados Unidos y en 1992 fue galardonada con la Medalla Presidencial de la Libertad.
Además de su trabajo para películas, gravó un ciclo de “Songbooks”, donde versionó a compositores como Cole Porter, Gershwin, Duke Ellington o Rodgers & Hart. Está considerado un tesoro del repertorio vocal del siglo XX. También participó en TV, apareciendo en programas junto a Frank Sinatra, Nat King Cole o Duke Ellington. Su labor discográfica la convirtió en una de las intérpretes más influyentes de todos los tiempos, expandiendo el jazz a públicos que antes lo miraban con distancia.
Su estilo es inconfundible: elegante, flexible, luminoso. Al escucharla en una película, uno siente que la escena cobra una verdad inesperada, como si la voz de Ella filtrara la realidad.